agosto 12, 2007

Una Hora Santa para nuestra Comunidad


Hoy entramos en el mes de la solidaridad con el más sincero deseo de dar un paso más hacia ser integralmente solidarios. Requeriría de nosotros asumir profundamente la voluntad que Dios tiene para el mundo que creó para todos. En nuestra oración intentemos poner a disposición de Dios nuestra propia voluntad en favor de la suya.

●Entremos entonces a la Presencia del Señor e invoquemos al Espíritu: “Ven espíritu de Santidad, ven espíritu de Luz, ven espíritu de fuego, ven abrásanos.”


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o Primera Meditación:

Oración y Solidaridad: San Alberto Hurtado:

No es poder, ni riqueza ni ciencia lo que le falta a nuestra civilización, sino vitalidad espiritual, y, de no poderse adquirir ésta, nada podrá salvarnos de la ruina. Vitalidad espiritual es un problema de comunión con la divinidad y con los hombres. Unión con Dios de quien desciende toda vida, toda luz, toda fuerza. Es el problema de nuestra vida interior, la más importante de las preocupaciones humanas. De esta comunión con la divinidad, y, sólo de ella, vendrá la fuerza, la energía, el dinamismo necesario.

Espiritualidad sana, que no consiste en solas prácticas piadosas, ni en sentimentalismos, sino en aquellos que se dejan tomar enteros por Cristo que llena sus vidas. Espiritualidad que se alimenta de honda
contemplación en la cual aprende a conocer y amar a Dios y a sus hermanos, los hombres del propio tiempo. Esta espiritualidad es la que permitirá las conquistas apostólicas que harán de la Iglesia la levadura del mundo.

Cristo que rectifica toda la actividad humana no se dejó arrastrar por la acción. El, que tenía como nadie el deseo ardiente de la salud de sus hermanos, se recogía y oraba.

Oración continua, meditación diaria, vida sacramental intensa, fervor tierno a la Madre del Amor Hermoso: sin esta vida de íntima unión con Cristo para resucitar cada día en nosotros su espíritu, para reavivar en nosotros la responsabilidad de su misión, nada se hará.

Después de la acción hay que volver continuamente a la oración para encontrarse a sí mismo y para encontrar a Dios. Para darse cuenta, sin pasión, si en verdad caminamos en el camino divino, para escuchar de nuevo el llamado del Padre, para sintonizar con las ondas divinas, para desplegar las velas según el soplo del Espíritu Santo.



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o Para la reflexión
:

Señor estoy aquí porque anhelo esa vitalidad espiritual que nos habla San Alberto Hurtado.
Esa vitalidad espiritual que me daría el dinamismo para ser levadura en este mundo tan individualista.
Renuévame en mi oración y mi práctica de la fe, para que me den la fuerza para una acción mucho más compasiva y eficaz en el mundo en que vivo.


Si rezamos, creeremos.
Si creemos, amaremos
Si amamos, serviremos.


Pausa
♫♪♫♪

o Segunda meditación:


CON LOS CRUCIFICADOS


El mundo está lleno de iglesias cristianas presididas por la imagen del Crucificado y está lleno también de personas que sufren, crucificadas por la desgracia, las injusticias y el olvido: enfermos privados de cuidado, mujeres maltratadas, ancianos ignorados, niños y niñas violados, emigrantes sin papeles ni futuro. Y gente, mucha gente hundida en el hambre y la miseria.
Es difícil imaginar un símbolo más cargado de esperanza que esa cruz plantada por los cristianos en todas partes: «memoria» conmovedora de un Dios crucificado y recuerdo permanente de su identificación con todos los inocentes que sufren de manera injusta en nuestro mundo.
Esa cruz, levantada entre nuestras cruces, nos recuerda que Dios sufre con nosotros. A Dios le duele el hambre de los niños de Calcuta, sufre con los asesinados y torturados de Irak, llora con las mujeres maltratadas día a día en su hogar. No sabemos explicarnos la raíz última de tanto mal. Y, aunque lo supiéramos, no nos serviría de mucho. Sólo sabemos que Dios sufre con nosotros y esto lo cambia todo.
Pero los símbolos más sublimes pueden quedar pervertidos si no sabemos redescubrir una y otra vez su verdadero contenido. ¿Qué significa la imagen del Crucificado, tan presente entre nosotros, si no sabemos ver marcados en su rostro el sufrimiento, la soledad, el dolor, la tortura y desolación de tantos hijos e hijas de Dios?
¿Qué sentido tiene llevar una cruz sobre nuestro pecho, si no sabemos cargar con la más pequeña cruz de tantas personas que sufren junto a nosotros? ¿Qué significan nuestros besos al Crucificado, si no despiertan en nosotros el cariño, la acogida y el acercamiento a quienes viven crucificados?
El Crucificado desenmascara como nadie nuestras mentiras y cobardías. Desde el silencio de la cruz, él es el juez más firme y manso del aburguesamiento de nuestra fe, de nuestra acomodación al bienestar y nuestra indiferencia ante los crucificados. Para adorar el misterio de un «Dios crucificado», no basta celebrar la semana santa; es necesario, además, acercarnos un poco más a los crucificados, semana tras semana.
José Antonio Pagola


Si rezamos, creeremos.
Si creemos, amaremos
Si amamos, serviremos.



Pausa
♫♪♫♪



o Tercera meditación:


Adaptación de “No hay más que dos amores” (Michel Quoist):

No hay más que dos amores, Señor; el amor a mi mismo, el amor a Ti y al prójimo. Y cada vez que yo me amo es poco menos de amor para Ti y los demás, una fuga de amor, una pérdida de amor.
Pues el amor ha sido hecho para salir de mí y volar hacia los otros.
Sin embargo, cada vez que el amor retorna a mí se marchita, se pudre y
muere.

El amor propio, Señor, es un veneno que absorbo cada día.
El amor propio se queda con la mejor porción y se guarda el mejor sitio.
El amor propio habla mucho de mí y me hace sordo a la palabra de los
demás.
El amor propio me disfraza y engalana, quiere hacerme brillar oscureciendo
al prójimo.
El amor propio está lleno de compasión hacia mí y menosprecia el sufrimiento ajeno.
El amor propio encomia mis ideas e ignora las de los demás-
El amor propio me incita a ganar dinero y a gastarlo a mi gusto, a atesorarlo para el porvenir.
El amor propio me aconseja dar limosnitas para acallar mi conciencia y vivir en paz.

Y lo más grave es que el amor a mí mismo es un amor robado, estaba destinado a los demás, ellos lo necesitaban para vivir, para crecer y lo he desviado y así mi amor va creando el sufrimiento humano, así el amor de los hombres hacia sí mismos crea la miseria humana, todas las miserias humanas, todos los dolores humanos.
Hemos malgastado el amor y tu Amor.


o Para la reflexión:

Esta noche te pido que me ayudes a amar.

Concédeme, Señor, que reparta el verdadero amor por el mundo.
Haz que, a través de mí y de tus otros hijos, tu Amor penetre un poco en todos los ambientes,

Haz que penetre en los corazones de los hombres y que yo jamás me olvide de que la lucha por un Mundo Mejor es una lucha de amor, al servicio del amor.

Ayúdame a amar, Señor, a no malgastar mi torrente de amor,
a amarme cada vez menos para amar cada vez más a los otros.
Y que en torno mío nadie sufra o muera, por haberle robado yo el amor
que a él le hacía falta para seguir viviendo.

Si rezamos, creeremos.
Si creemos, amaremos
Si amamos, serviremos


Pausa (corta)
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o Cuarta meditación:

Teresa de Calcuta:
Una vez que comprendemos hasta qué punto Dios está enamorado de nosotros, ya sólo podemos vivir la vida irradiando ese amor. Yo siempre digo que el amor empieza en casa: primero la familia y luego nuestro pueblo o ciudad. No estoy de acuerdo con eso de hacer las cosas a lo grande: el amor debe empezar por un solo individuo. Para poder amar a una persona se debe tomar contacto con ella, intimar. Todos queremos saber que somos aceptados y que somos importantes para Dios.
Jesús dijo: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”, también dijo “lo que hagas a mi hermano menor me lo estarás haciendo a Mí”, así pues le amamos en los pobres, también dijo “Yo tenía hambre y me diste de comer, estaba desnudo y me vestiste”. Nuestra jornada se compone de 24 horas con Jesús.
El amor no tiene sentido sino es compartido. El amor tiene que ser puesto en práctica.
Es importante cuánto amor ponemos en nuestros actos y en compartir con los demás que la cantidad de cosas que hagamos por ellos.

El éxito del amor reside en el mismo, no en el resultado de ese amor.
Evidentemente, en el amor es lógico desear lo mejor para la otra persona, pero el hecho de que esto se consiga o no, no determina el valor de nuestros actos. Cuánto más capaces seamos de eliminar esa prioridad de los resultados, más aprenderemos sobre la dimensión contemplativa del amor. Existe el amor expresado en el servicio y el amor que entraña la contemplación. Es el equilibrio entre ambos lo que debemos perseguir. El amor es la clave para conseguir ese equilibrio.

Debemos crecer en el amor, y para ello debemos amar constantemente y dar y seguir dando hasta que nos duela, tal como lo hizo Jesús. Hacer cosas ordinarias con un amor extraordinario: cosas pequeñas como cuidar a los enfermos e indigentes, estar con los solitarios y marginados.
Convirtiéndonos en pobres nosotros mismos, amando hasta que nos duela, nos volvemos capaces de amar más profundamente, de una forma más hermosa, más completa.
Las obras de amor son siempre obras de alegría. No hace falta que busquemos la felicidad: si tenemos amor para los demás, ésta nos será dada. Es el regalo de Dios.

Si rezamos, creeremos.
Si creemos, amaremos
Si amamos, serviremos


Pausa (corta)
♫♪♫♪



o Peticiones libres:

o Padre Nuestro:


Canto Final
♫♪♫♪